El masaje

por postalessinsello

Este microrrelato está disponible desde octubre de 2016 en las máquinas expendedoras de la iniciativa Kultur Dealers repartidas por Donostia.

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Mi marido me regaló un masaje por mi 45 cumpleaños.

Antes siempre dejábamos a los niños con alguien y salíamos los dos solos, a cenar o a ver una película. Incluso pasábamos el fin de semana fuera.

Pero ya no hacemos esas cosas.

Así que llamé al número de teléfono que aparecía en el cupón para cerrar una cita.

Me sorprendió saber que el masajista ejercía en su propia casa. Anoté la dirección y me dirigí allí a la hora fijada, las siete de la tarde del día siguiente.

El masajista vestía de blanco. Era moreno y fuerte. Joven, mucho más joven que yo. Y guapo, había que reconocerlo.

Me condujo a una habitación que tenía preparada: luz tenue, una camilla, velas y música relajante. Luego se marchó un momento para que yo me desvistiera. Me tumbé boca abajo como me había indicado.

Estaba nerviosa; nunca antes me habían dado un masaje.

Él hizo un par de bromas para romper el hielo. ¿Prefería el masaje tradicional, con bambú o con piedras? Escogí el tradicional.

Con los primeros movimientos, ya estaba totalmente relajada. Olía a limón y tenía las manos calientes. Era tan agradable dejarse llevar, dejar de pensar. Tan fácil.

Cuando debían haber pasado los 30 minutos acordados, paró.

− He terminado con el masaje, pero si quieres podemos seguir…

¿Qué crees tú que hice?